El diario "LA VOZ DEL INTERIOR" publicó la nota de Carina Mongi y Mariela Martínez a Silvia Farías y Cecilia Bazán, que reproducimos a continuación (Fotos del mismo medio).
Otro rubro que ha dejado de ser territorio exclusivo del mundo masculino. Dos historias de vida en el interior cordobés. Silvia es árbitro nacional de competencias entre hombres. Y Cecilia, entrenadora de ambos sexos.
Muy atrás quedaron los deportes, las profesiones o las actividades reducidas a dominios exclusivos del mundo masculino. De a poco, la mujer comenzó a incursionar en espacios que décadas atrás parecían monopolizados por los hombres, sólo por una cuestión de género. Silvia y Cecilia son dos cordobesas que desde el interior de la provincia lograron hacer pie en el boxeo, deporte que parecía excluirlas años atrás.
Hace tiempo que hay pugilistas mujeres. Pero Silvia, en Río Tercero, es árbitro nacional, a cargo de peleas entre varones. Y Cecilia, en Embalse, es entrenadora de ambos sexos.
La “árbitra”
“El box es mi pasión, lo que más quiero en este mundo después de mi hija”, sintetiza Silvia Aída Farías (42), en Río Tercero. Ella precisa que es “árbitro de boxeo, a nivel provincial y nacional, habilitada por la Federación Cordobesa de Boxeo (F.C.B.) y por la Federación Argentina de Boxeo (F.A.B.)”.
Se describe como “dura, atada al reglamento”, en su experiencia de tres años con 200 peleas arbitradas. Recuerda que padeció algunas complicaciones atribuibles al género: “Hay localidades donde han sido muy machistas, algunos árbitros no comparten una mesa conmigo. Cuando llego, ellos se levantan y me hacen sentir que soy una molestia”, comenta.
Silvia reconoce que resta mucho camino por recorrer para que la mujer ocupe más espacio en este deporte, hasta en el léxico: cita que se hace diferencia entre boxeador y boxeadora, pero no se traslada la distinción de género para los árbitros, sin femenino.
De parte de la tribuna de aficionados cuenta que nunca recibió un agravio o una humillación por ser mujer. “Todo lo contrario, más de una vez, algún hombre me felicita por el arbitraje; el público siempre me respeta, como también el boxeador, que me reconoce como autoridad”, asegura.
Su mentor en este deporte fue su padre, Miguel Farías (69), quien fue boxeador y árbitro. Ambos comparten la misma admiración por el legendario Carlos Monzón. “Me acuerdo de que yo tenía 5 años y el boxeo ya formaba parte de mi vida, con mi viejo”, acota.
Silvia entrena a diario porque conoce las exigencias para moverse en el cuadrilátero. “Me hubiese gustado ser boxeadora. Te tiene que gustar mucho el boxeo para dedicarse al arbitraje. Cuando subo al ring, siento adrenalina, con cada pelea”, menciona. “El box corrió siempre por mis venas, sueño con dedicarme toda mi vida a esto y que la mujer gane más espacio en este deporte”, concluye.
Con los guantes puestos
Cinco bolsas de boxeo cuelgan de un parante del alto techo del Tío Tom, un salón emblemático de la localidad de Embalse (Calamuchita), sede de fiestas y de eventos masivos durante décadas. Entre las luces y las sombras que se cuelan, Cecilia Bazán (30) recibe los rápidos golpes de una de sus alumnas en las manoplas que maneja con naturalidad.
Sus primeros recuerdos vinculados al boxeo se disparan a sus 12 años. Confiesa que le atraían los deportes que en otras épocas eran casi exclusivos del planeta masculino. “También jugaba al fútbol”, evoca, y ensaya alguna conexión heredada de su abuelo “Paco” Giménez, un boxeador amateur de la zona. Como sea, Cecilia empezó a entrenar, casi como en un juego, con Isaías Brunstein, en Embalse.
Pero fue en una visita de Fabio Moli a un boliche cuando logró el contacto para dedicarse a pleno, bajo las órdenes del profesor Carlos Del Greco, quien en esa época entrenaba a “La Mole”.
Con su pequeño hijo Gino en brazos (cuando tenía dos años), comenzó a viajar en colectivo, varias veces a la semana, para entrenar en un gimnasio de calle Alem, en la capital cordobesa. Sus ganas la impulsaron a mudarse a la ciudad y dividía su tiempo entre su hijo, el entrenamiento y el trabajo en un local de gastronomía.
En su historial amateur, cuenta con más de 20 peleas en la categoría gallo (hasta 54 kilogramos). En 2013, se colocó el cinturón de campeona provincial y un par de años después logró un subcampeonato nacional. El sueño de dar el paso al profesionalismo parecía cerca, cuando una enfermedad truncó sus aspiraciones: los dolores que le producían la endometriosis ya no le permitían entrenar.
Después, la sorpresa o el milagro: frente a los pronósticos más adversos, quedó embarazada y el nacimiento de Bruno evaporó la patología. Pero con la maternidad, también se esfumaron las chances de seguir con el pugilato.
De regreso a su Embalse natal, no se resignó a colgar su pasión y se reinventó desde otro rol, como entrenadora. Comenzó con 15 alumnos y ya suma 40, entre varones y mujeres.
Gino ya tiene 9 años y Bruno aún no camina, pero ambos se divierten entre los utensilios del boxeo. Mientras los observa, asegura que preferiría que sus hijos se dediquen a otra cosa. “Ahora entiendo a mi mamá... cómo sufría cuando me veía pelear”, reconoce.
Su próximo objetivo será obtener el certificado de técnica para poder representar a sus pupilos en las competencias. Mientras, cuenta que recibe el respeto de sus pares masculinos.