martes, 23 de enero de 2018

GUSTAVO BALLAS: "LA DROGA ME GOLPEÓ MÁS QUE UNA PIÑA"


El Diario Deportivo "OLÉ" publicó la nota de Mauro Mariani a Gustavo Ballas, que reproducimos a continuación (Foto del mismo medio).

Le suena el teléfono y ve que es de un número privado. Gustavo Ballas no suele atenderlos, porque siempre son llamadas en las que le quieren “vender algo”. Sin embargo, sabía que Olé estaba por comunicarse y levanta su celular. “Casi no contesto, no suelo responder cuando no me aparece el número”, dice el ex campeón mundial súper mosca con la misma rapidez que en el ring. Asentado en Villa Nueva, pueblo ubicado al lado de Villa María, Gustavo disfruta la vida. El cordobés ya no alegra al Luna Park con sus finos movimientos, sino que está abocado a ayudar a adictos. Y él más que nadie sabe lo que eso significa: lleva 26 años sobrio después de haber vivido una etapa muy difícil.
“Fueron momentos muy malos, duros, al principio vos creés que dominas la droga, pero termina siendo todo lo contrario. El problema de todo, aunque sea una frase armada, para mí es el alcohol. Mucho no lo tenemos en cuenta los padres. Una vez que te emborrachás, no sabés lo que hacés y lo que te ofrecen, lo agarrás. Eso me pasó a mí: en un departamento de una señorita de cara bonita y perfume caro, en la época dulce mía, ella me ofreció droga. Yo pregunté qué era. Me miró y se rió. Yo era el campeón del mundo, pero no tenía mundo”, explica quien el 10 de febrero cumplirá 60 años.
"Mandrake" forma parte de un equipo que realiza terapia ambulatoria: trata a los afiliados del gremio ATILRA (trabajadores de la industria), aunque también dedica su tiempo a algunos particulares. Su objetivo es ayudar, alejar a adictos de las drogas y el alcohol.
- ¿Por qué decidiste tomar este rol y no seguir ligado al boxeo?
- Siempre me gustó poder darle una mano a alguien. Detrás de un adicto hay una historia de vida y un porqué. Uno tiene que ir escarbando. Yo soy un psicólogo de barrio. Trabajo de eso, sin términos técnicos.
- ¿Qué se disfruta más: ser campeón del mundo o psicólogo de barrio?
- Psicólogo de barrio, sin dudas. Es una satisfacción muy grande cuando te cruzás a un matrimonio, te pega un abrazo y te dicen: ‘Gracias por recuperar a mi hijo’. Eso es genial, una sensación incomparable, es muy lindo.
- Tu función hoy es ayudar a los adictos a dejar de consumir. ¿Te costó alejarte de las drogas?
- Es difícil al principio, porque estás acostumbrado a vivir con la porquería ésa, tu organismo se vuelve dependiente. Sí, no voy a mentir, cuesta un poco. Pero con voluntad y ganas se sale. Yo no tuve problemas con el famoso ‘podés recaer en 10 o 15 años’. Por suerte no me pasó, yo jamás deseé. En mi ciudad se me respeta mucho y nadie me ofrece. Cuando sos pibe es el problema.
- Son muchos los boxeadores que durante o después de su carrera tienen problemas de alcohol, drogas y hasta con la Justicia. ¿Por qué creés que se da?
- Al boxeador lo forman, lo educan para dar y recibir golpes. Yo no conozco un técnico de boxeo que le haya sugerido a su pupilo que estudie. Si (Carlos) Bilardo y (Raúl) Madero fueron campeones de América y el Mundo con Estudiantes y hoy son médicos, significa que se puede ser deportista y estudiar a la vez. El jugador de fútbol tiene tanto tiempo libre como el boxeador. Tiempo hay, pero no quieren estudiar. ¿Sabes por qué soy uno de los pocos campeones argentinos que no tiene gimnasio? Porque tendría dos boxeadores, o uno. Lo primero que le preguntaría es qué estudio tiene cursado, y seguramente como mucho tendrá un año de secundario. Yo los entrenaría, pero con la condición de que estudien. A un boxeador le preguntás cuánto es dos más dos y te contesta cinco, es terrible lo nuestro. Yo no quiero más eso.
- ¿Creés que a los boxeadores no les interesa formarse?
- Efectivamente. Porque uno empieza con la ilusión de salvarse, mantener a su familia, de no tener problemas. Eso me pasó a mí. Me la creí, pensé que ya había conseguido el bienestar.
- ¿Qué te hizo más daño: los golpes o las drogas y el alcohol?
- La droga me golpeó más que una piña. El boxeo hizo que yo ganase dinero, ella se llevó todo lo que yo había conseguido. A mí me resultaría fácil decir que mi apoderado me metió la mano en el bolsillo o que mi técnico se llevó la plata, sería fácil echar culpas. Yo me quedé seco porque hice lo que hice, el único culpable es Gustavo Ballas.
- ¿Cómo es tu situación económica?
- Por suerte enderecé el barco. Hace 17 años que vivo en mi ciudad, en Villa Nueva, al lado de Villa María. Me tocó vivir un par de años largos en lo de mis suegros, donde vivía de prestado. Fue muy duro porque nada de que lo había ahí era mío. La fui remando, hoy tengo mi casa propia, un auto y mi tranquilidad. No tiro manteca al techo, pero vivo bien.
- Si volvieras a nacer, ¿qué harías?
- Estudiaría de arranque. A mí me hubiera gustado Psiquiatría, pero es muy duro, no creo que me dé la cabeza todavía. Psicología sé que lo voy a manejar, por eso quiero empezar. Siempre fue algo que me apasionó mucho. Los boxeadores argentinos que salimos campeones del mundo sufrimos el síndrome del Mono Gatica. Y éste es tomarse revancha con la vida.
- ¿Y cómo sería?
- En la película de su vida, el Mono iba siempre a un bar y le lustraba los zapatos a la gente que entraba y salía, pero lo corrían, no lo dejaban trabajar. Después, de famoso, entró al mismo lugar y todo el mundo lo abrazaba, lo tocaba. Pidió sanguches y con el bastón que él llevaba, los tiró al piso y les dijo: ‘¿Sabés quién soy yo? Aquel pibe que lustraba y no dejaban trabajar’. Yo hice algo parecido. En la década del 80 había salido el Renault 18, de los primeros con aire acondicionado y levanta vidrios. Fui a Villa María y lo llevé a mi barrio. No fui a saludar a mis amigos, fui para que ellos vieran el auto. Yo era el negrito que se ganaba la vida vendiendo peines y curitas, y ‘mirá quién soy ahora’ les quise mostrar. Eso es muy feo, me arrepiento muchísimo.
- En 1991 fuiste preso a Caseros por robo. ¿Cómo fue esa experiencia?
- Yo era un tipo que estaba acostumbrado al barrio y entré con esa onda a la cárcel. A mí me pidió un grupo de mendocinos que me conocían, en realidad no me conocían, sabían quién era yo porque me entrenaba en Mendoza. Me presentaron al capo, él me mostró una faca y me dijo: ‘Oiga, no se confunda, acá a los boxeadores les pinchamos los guantes’. No sabés el cagazo que me pegué. Yo lo que menos quería era ser el líder del pabellón. En la cárcel sentí más miedo que en cualquier ring. Las piñas ahí no tenían valor.
- ¿Se extrañan los días de campeón?
- No mucho, pero todavía me sigo sorprendiendo. Mi hijo Gustavo, que está viviendo en Chile, sabe un toco de boxeo y conoció a un peruano que era mi fanático, que siguió toda mi campaña. ¿Cómo me iba a imaginar que tenía un hincha ahí? Me preguntó si se podía contactar, yo no tuve drama. Cuando estuvo Mike Tyson en Tinelli, le preguntaron por dos boxeadores argentinos y dijo Carlos Monzón y Gustavo Ballas.
- Imagino que lo sentiste como un reconocimiento muy grande.
- Me acuerdo de que estábamos con mi señora en la cama viendo el programa y nos miramos los dos de manera instantánea. ¿Cómo va a saber Tyson quién soy? Aparte, mi reinado fue efímero, hice más ruido por el alcohol y las drogas que en el boxeo.
Lejos de las adicciones, pero cerca a la vez, Gustavo encontró su destino. A la vida le sigue dando pelea.