Fernando Navarro nació el 31 de agosto de 1933 y tiene 81 años. Asegura que desde que comenzó a entrenarse por casualidad, ya no pudo parar y fomentó a sus hijos (entre los cuales está Liliana, camarista, y Osvaldo, director de Salud Mental de la Provincia), y nietos el amor por el deporte. Es dueño de la inmobiliaria Navarro y Asociados.
Hace un año y medio tuvo un accidente en bicicleta y estuvo internado más de un mes en el hospital Córdoba. A pocos meses, volvió a levantarse a las 5 para entrenarse y correr durante tres horas antes de llegar al trabajo. Se inició con el boxeo y aún participa de triatlones.
LA VOZ DEL INTERIOR publicó una nota donde él habla en primera persona, con producción periodística de Analía Reineri, la que por su interés reproducimos a continuación.
Comencé a entrenarme en un gimnasio de barrio San Martín al frente de la Plaza de los Burros. Me quedaba cerca, porque vivía en Alta Córdoba. Era la época en que a los gimnasios se les decía “baños públicos”, ya que la gente iba sólo para usar el agua caliente de las duchas.
Yo tenía 13 años entonces y ya estoy cumpliendo 68 como deportista.
Empecé a entrenarme por casualidad. Pero comencé y ya no pude dejar. Me gustaba el boxeo, mi profesor era nada menos que Don Amado Azar, “El Sapo”, muy conocido por los títulos que obtuvo. En esa época, todos teníamos seudónimos, y a mí me decían “el panadero” Navarro.
Fui campeón amateur muy jovencito, Guantes de Oro y, de más grande, campeón de peso medio mediano. Luego, muy joven, me casé y a mediados de la década de 1950 me retiré del boxeo. Pero seguí entrenándome en el parque Sarmiento y en el viejo club Córdoba Sport que estaba en la calle Alvear.
Mientras tanto, he trabajado en diferentes lugares y desde hace 45 años tengo dos inmobiliarias. Aunque me jubilé como empleado de la Fábrica Militar de Aviones, soy martillero y corredor público. A pesar de que no me gustaba mucho, también estudié.
Siempre entrené chicos en boxeo; pero nunca cobré para eso. Lo hice en la Ciudad Universitaria hace muchos años. Y ahora, un grupo de jóvenes se convoca espontáneamente los viernes al atardecer en la costanera. Practicamos y, para terminar, hago una ronda de ocho rounds con el que haya entrenado mejor.
También preparé a mi hija Liliana (camarista federal) que es una gran boxeadora, sé que eso la ayudó a ser una gran luchadora en la vida. En general, mis hijos y nietos son buenos deportistas.
Hace alrededor de un año y medio tuve un accidente. Regresaba de Ascochinga en bicicleta y, a la altura del puente Zípoli, me caí de la bici. Todo esto, según me lo contaron. En realidad no sé bien qué pasó, pero estuve un mes y medio en terapia intensiva en el hospital Córdoba. El accidente me dejó costillas rotas, daños en el pulmón y fractura de cadera.
A pesar de la gravedad del accidente, la recuperación fue muy rápida y, según dijeron los traumatólogos, fue por haber hecho gimnasia toda la vida.
A los pocos meses, y apenas pude, empecé a caminar despacito. Después me animé a correr. No fue nada fácil porque no tenía mucha estabilidad, recorría de a 50 metros y hasta me caí varias veces. Pero hoy estoy como siempre.
Cada día, me levanto a las 5 de la mañana y hasta las 6.30 hago pesas en el gimnasio de mi casa. Luego, bajo a la costanera y corro 10 kilómetros, me baño, desayuno, y me voy al trabajo. Después del mediodía, hago una siesta, me tomo unos mates y, si puedo, hago un recorrido en bicicleta. Tengo dos o tres circuitos: todos de unos 80 kilómetros.
Pero claro, yo de andar no me canso, el tema es que ya no tengo 20 años y todo me toma más tiempo. La distancia que recorría corriendo 20 minutos ahora me lleva 50.
Yo sé la edad que tengo, pero de todos modos me pueden ver ejercitando por la costanera o andando en bicicleta por el camino de las Cien Curvas. También participando en un Triatlón en la Costa argentina. El último, fue en diciembre pasado. Hasta los 70 y pico lo hacía con mucha regularidad, siempre estaba en el podio dentro de mi categoría.
Ahora, me engancho en las maratones de las fiestas patronales en el interior o en otras provincias. Es que aunque después del accidente me hubieran prohibido ejercitar, lo máximo que hubiera podido prometer es correr con cuidado. Dejar, no voy a dejar nunca. Porque correr es mi vida.