El sitio web "LA NUEVA MAÑANA" publicó la nota de Juan Pablo Casas a Cintia Castillo que reproducimos a continuación (Foto de la misma fuente).
Algunos dicen que los verdaderos campeones se ven en la vida. Y sin lugar a dudas, Cintia Castillo es uno de esos claros ejemplos de superación y de fortaleza para sobreponerse a los momentos difíciles de la vida.
De familia humilde, pero de ideas claras, esta joven boxeadora no pierde de vista su sueño de ser campeona mundial, con una carrera que la coloca con siete victorias (invicta) en su legajo profesional y esperando la pelea del próximo 22 del corriente, por el Título Latino del Consejo Mundial de Boxeo, ante Karen Carabajal, invicta en doce combates.
La nacida en Juárez Celman tiene 31 años y viene de una familia numerosa, doce hermanos más su mamá Rita y su papá Martín. Tiene una hija de cinco años y trabaja en un frigorífico, por lo que debe dividir su tiempo entre las tareas familiares, su empleo y el entrenamiento, junto a marido y entrenador, Fabián Silva.
Cintia se levanta a las cinco de la mañana para realizar su primer turno de entrenamientos, en donde hace la parte física y aeróbica, durante una hora. No debe pasarse de ese horario, ya que entra a trabajar a las siete de la mañana y necesita preparar a su pequeña hija Martina, de cinco años, para llevarla a la casa de Rita, desde donde la llevan al jardín.
Es ahí cuando la joven boxeadora se dirige a trabajar, hasta las cuatro y media de la tarde aproximadamente. Regresa a buscar a Martina, para compartir “media horita”, “ponerse al día” en su relación madre-hija y otra vez a entrenar, ahora en el segundo turno de trabajo.
“Entreno y además ayudo a Fabián a dar clases porque tiene bastantes alumnitos”, cuenta Cintia. Después de eso cierran el gimnasio, vuelven a buscar a la hija de ambos cerca de las 22 y regresan a casa, preparándose para comenzar al día siguiente con la rutina.
- ¿Cómo nace la relación con el boxeo?
- El lugar donde vivo es bastante peligroso y un día, cuando iba a trabajar al frigorífico, que queda a unas cuatro cuadras de casa, me asaltaron y me sacaron las zapatillas y la cartera. Ese día me volví a casa con mucho miedo, pero me cambié y tuve que ir a trabajar, porque había que cuidar el trabajo, éramos muchos en casa y el aporte económico era muy importante.
- ¿Ese hecho te cambió?
- Desde ese día no volví a ser la misma, tenía mucho miedo y no podía andar sola, porque pensaba que me iban a atacar de nuevo. No quería salir ni siquiera a comprar un kilo de pan a la vuelta de mi casa. Así fue por unos días sentía mucha amargura porque uno se gana las cosas trabajando y no le sobra nada de lo que tiene. El día que me robaron, hacía poquito que empezaba a trabajar por el Programa Primer Paso, recién salía de la secundaria. En esa época te pagaban 300 pesos, éramos muchos en casa y había que aportar para poder comer.
- ¿Y qué hiciste?
- Ese día me tuve que poner un par de zapatillas de mi hermana, porque yo no tenía otro par. Sentía mucha impotencia por no haber hecho nada cuando me robaron. Entonces me comentaron sobre un gimnasio en el barrio en el que las mujeres hacían aerobox y que eso me iba a ayudar a salir adelante. No es que iba a encontrar al ladrón y que lo iba a sonar a piñas, pero por lo menos me iba a ayudar a recuperar la fuerza y la confianza en mí misma. Entonces empecé…
- ¿Cómo fue el primer día de entrenamiento?
- Fui el primer día al gimnasio y no pescaba una, me di cuenta de que no sabía ni trotar…¿vos sabés lo que es no saber ni trotar…? Salíamos todas a correr y yo quedaba al último. Hacía la primera vuelta, y a la segunda caminaba. La verdad no sabía si me iba a ayudar o me iba a hundir en mi autoestima. Pero ya no tenía que hacerme más la víctima ni la pobrecita. Al menos eso me dio el valor para seguir intentando y para entrenar.
- ¿Mejoró el entrenamiento?
- Cuando empezó la clase de aerobox cambió todo. Había un grupo de chicas que se entrenaba muy fuerte y yo decía quiero ser como ellas, porque si algún día alguien me vuelve a atacar, por lo menos voy a poder salir corriendo. Tenían un estado atlético impresionante y un poder de decisión admirable, cuando yo terminaba mi primera vuelta, ellas ya iban por la tercera.
- Te impactó…
- Me impactó mucho cómo se entrenaban, la seguridad que tenían y la fuerza con la que se manejaban tanto en hablar como en moverse. No tenían vergüenza, a mí me preguntaban el nombre y parecía esos niños vergonzosos que se esconden atrás de su mamá y encima me ponía colorada. Era muy tímida y un perfil muy bajo.
- ¿Cómo pasaste de esa Cintia tímida a la que sos hoy?
- Desde el momento que me calcé los guantes empecé con el sueño de ser como ellas y comencé a conocer más profundamente el boxeo. Yo decía que iba a ser campeona del mundo, llegaba a casa y me preguntaban cómo estuvo el entrenamiento, yo decía bien y que iba a ser campeona del mundo.
La oriunda de Juárez Celman combinaba en un principio el entrenamiento con el estudio, ya que buscaba el ingreso a la Facultad de Derecho. No obstante, al poco tiempo decidió dedicarse de lleno al trabajo en el gimnasio para lograr su sueño.
Cintia tuvo 35 peleas como amateur, con resultados variados, ganando, perdiendo y empatando en sus compromisos. “Pasé por todas las emociones. Cuando una gana, el rincón está lleno, cuando pierde, tenés que saber reponerte para seguir y todas esas emociones te ayudan a crecer”, dice.
En 2011, tuvo un break en su carrera para conseguir el 12 de agosto de 2012 el título que más disfrutó y disfruta, que es el de ser mamá de Martina. La deportista le confía a La Nueva Mañana que tras tener a su hija, decidió parar un tiempo para dedicarse a su maternidad. Sin embargo, cuando su hija tenía tres meses, comenzó a moverse lentamente para no perder el ritmo, con el sueño latente de ser campeona mundial, al año y medio regresó a los cuadriláteros, hasta coronarse con el título provincial. Defendió ese cinturón por tres años, hasta que lo dejó vacante al decidir volverse profesional en 2016.
“Martina fue la fuerza necesaria para volver con la fuerza intacta”, cuenta Cintia.
Uno de los puntos importantes en lo que se apoya Cintia para llevar adelante su carrera es su familia. “Están siempre a mi disposición y me ayudan mucho, van a los pesajes y a las peleas. Siempre dicen que están orgullosos de mí”, cuenta la deportista.
Tiene doce hermanos a los que aconseja y trata de llevar por el buen camino, ya que entiende que la calle está muy peligrosa. “La mayoría baila folclore o juega al fútbol, por eso yo siempre digo que soy la oveja negra porque hago boxeo”, dice entre risas Castillo.
En cuanto a sus padres, comenta que su madre es epiléptica y que por ese motivo no va a verla a las peleas, pero que siempre le prende velas a la “virgencita” para que a su hija le vaya bien sobre el ring. Mientras que su padre “es un poco más fuerte” y sí asiste a los combates, lo que la hace sentirse más segura.
“Ellos son un gran ejemplo para mí”, dice sin dudarlo y con la voz algo quebrada, cuando recuerda el primer episodio de epilepsia que sufrió su madre cuando ella y sus hermanos eran muy pequeños. Además, no evita hablar del alcoholismo del que era preso su padre, por lo que debió ser internado para realizar un tratamiento, el cual tuvo resultado positivo, ya que “hace 18 años que no toma alcohol”.
“Quizás esa es la parte más triste de mi vida, pero son dos claros ejemplos de superación y quiero devolverles todo lo que hicieron por nosotros”, explica la joven de 31 años.