domingo, 29 de diciembre de 2013

LUCHA LIBRE PARA LA GARZA FUNES


El diario "DÍA A DÍA" publicó la nota de Julio Moya a Gabriel "La Garza" Funes, que reproducimos a continuación.

La Garza está sentado en el rincón. Mojado. El protector bucal le cuelga de los labios. Mira fijo hacia la otra punta. En el otro rincón, también, sentado en el banquito, está La Garza. Ambos se miran. Tiene un brazo estirado sobre las cuerdas. La Garza mira fijamente a La Garza. Y los dos reciben indicaciones. O es él mismo divido en dos.
En el rincón le piden concentración. Que no vuelva a cometer los mismos errores que en la vez anterior. Que ahora sea vivo. Que no se deje pegar al vicio, que mantenga la guardia en alto. Que no desperdicie todo este tiempo en el que trabajó a fondo para volver a estar parado así, frente a frente...
Gabriel Alejandro Funes, a los 40 años, está de pie otra vez mirándose cara a cara. A sí mismo. Hacia adentro. Mientras lo hace, lee el documento que le acredita la libertad condicional después de más de 7 años preso por un delito federal como partícipe de secuestro extorsivo.
Está agitado. Otra vez. Lee sollozando. Mira a la secretaria en el juzgado. Y se va a la dependencia policial en Monte Cristo, allí donde está alojado ahora tras su paso por el penal de Bouwer. Un policía saca el fax que confirma su libertad.
“Fue el 23 al mediodía mi loco”, cuenta la Garza. Habla aún con el hilo emotivo del que penden muchos proyectos. Un día antes de la Nochebuena. “Hice unos asados con mis hermanos, después nos fuimos a casa con la Yoli (su esposa) y los chicos. Tiramos los colchones en el piso. Puse películas y terminamos todos durmiendo juntos. Ni dormí porque la más chiquita se me tiró encima toda la noche, fue una hermosa navidad después”, le dice la Garza Funes a Día a Día.
El boxeador cordobés dice que quiere seguir en el ruedo y después de todo lo conseguido aún le quedan cuentas por cumplir. Para crecer. Para qué pelear cada día contra sí mismo, contra ese rival que tiene adentro. “Te confieso que me gusta la joda. Que me gusta la noche. Que hay cosas que aún me hacen pensar que ahora las podré volver a hacer. Es una pelea que será dura, porque las tentaciones y las oportunidades siempre están ahí”, cuenta la Garza.
Gabriel dice que no es creyente, pero que reza. Que no es adepto a la lectura, pero que lee, que estudia. “Yo he tenido suerte. En la cárcel perdés muchas cosas. Pero es duro cuando perdés la confianza. Cuando tenés que pelear para hacerte respetar. Cuando luchás contra esa corriente que no querés que te lleve. Yo me refugié en los cursos. Curso de huerta, de pintura, manualidades, terminé la escuela, seguí haciendo cosas. Después surgió lo de pelear en la cárcel. De poner el gimnasio en Bouwer, de comenzar una vida dentro de ese calvario. Y de seguir aprendiendo a pesar de estar mejor. Porque así estés mejor, igual estás guardado. Por eso ahora camino paso a paso, pienso todo, cada movimiento que hago tiene que ser correcto”, completa la Garza.
Después del nocaut. El destino lo volteó y no se levantó. Fue un nocaut limpio. Cayó en una de las peores desgracias en las que puede caer una persona: la pérdida absoluta de su libertad. La vida lo llama a pelear otra vez.
Lo invita a subirse a este ring con todas las posibilidades. Pero él sabe que en cuanto baje la guardia, la vida lo cagará a trompadas. Es así, viejo. Todos recibimos golpes. Pero hay piñas que no tienen vuelta atrás. Y si hay un resquicio, un nuevo error ya puede ser letal. ¿Qué hace que un preso pueda volver a contar de nuevo desde cero?
La Garza tiene algunas fórmulas personales: “Yo ocupé el tiempo. En todo momento. Trataba de hacer todo lo posible para estar fuera de la celda y con actividades. Imagináte que las visitas eran una vez por semana. Llevaba dos cuentas: las de la espera de mis seres queridos, esos seis días; y la otra, la de pelearla de a poco para conmutar pena, para cumplir con la conducta, para poder acercarme de a poco a una nueva oportunidad”.
Fue tan duro el impacto recibido, que la Garza es elocuente con algunas frases: “Primero, nunca voy a dejar de arrepentirme de lo hecho, de pedir disculpas y de tratar de seguir adelante. Pero hay cosas que no tienen vuelta atrás”.
– ¿En qué no hay vuelta atrás?
En que cuando cometés un error arrastrás a la gente que tenés al lado. Como en el caso de mi familia. Yo metí presos a mis hijos y a mi señora, es así. Ellos también caen. Y uno se siente culpable. La familia, mi mujer, que fueron a visitarme me terminaron salvando.
– ¿Por qué?
Hay muchos internos que no reciben ninguna visita. Te aseguro que esos muchachos no vuelven nunca más. Porque es muy difícil. La cárcel te come la cabeza. Y si estás más sólo, sin que nadie vaya a verte te rebelás más. Tu conducta empeora. Si alguien va a verte como tu esposa o hijos tomás conciencia y medís lo cerca y lejos que están a la vez. Es un empujón para que puedas estar con ellos en casa. Por eso digo que me salvaron.
Morena tiene cuatro años y la Garza le dice “la tumberita”. Fue concebida en el penal de Bouwer. Así es la vida. Candela tiene 13, con altísimas notas en la escuela y Enzo ya lleva 10. Esos son los hijos de la Garza Funes, aquel que se animó a pelearla para salir. Pero que tiene mucho por pelear para mantenerse en pie, si quiere volver a la normalidad.
“¿Normalidad? No, no sé bien qué es normal. No sé si la vida puede volver a ser normal para mí. Esto fue muy groso lo que pasó, mi loco”, dice.
“Cuando volví vi que mis hijos ya están grandes y me perdí todos esos años. Es así, te endeudás vos y también la familia. Tenemos el proyecto de poner un hermoso negocio con mi familia, vamos a ver, pero yo seguiré con la fundación Bouwer Box junto a mi abogado Sebastián Gaido, a quien le estoy muy agradecido por todo”.
Mientras, la Garza mantiene una buena cantidad de pupilos en Unión San Vicente.
“Tengo como cuarenta pibes ahí. Van muchos hijos de presos que quieren empezar una actividad. Estamos en camino. Me gustaría poner una carnicería más adelante, capaz que estemos más cerca. Y el 4 de enero voy a boxear en Las Arrias. Va a ir la Mole Moli y capaz que la Hiena Barrios, va a estar lindo, invito a todos a que la pasen bien”, dice la Garza que, entre otras cosas, tiene hasta la chance de irse a pelear a Australia.
Gabriel Alejandro Funes tiene libertad condicional hasta 2018. Tiene muchos rounds por delante. Tiene muchos pasos que dar con la guardia en alto. La Garza está aliviado, palmeado por el destino, con una nueva lucha por delante. La de otra oportunidad. En libertad.
A la Garza Funes no sólo “lo salvó” la familia, también lo hizo el boxeo. El pugilista se refugió en el deporte donde nunca brilló, pero en el que encontró las posibilidades de revertir en gran parte un destino sin un horizonte.
En 2009 regresó a la actividad boxística dentro del penal de Bouwer, logró poner un gimnasio allí mismo y se convirtió en profesor de box. Tuvo la fortuna de gozar de permisos para salir a combatir como lo hizo en una velada en el Orfeo Superdomo.
Luego, tras salidas con permiso se encargó de armar un gimnasio en barrio San Vicente. Hoy tiene dos pupilos, también ex presos que ya gozan de su libertad. Se trata de Federico Luna, peso pesado, con 12 peleas ganadas, 10 por KO. Y Matías Carmona (no tiene nada que ver con el preso). Será boxeador profesional desde febrero con 22 años en categoría welter. Ambos también se entrenan ahora con Carlos Del Grecco (D.T. de Moli).
La Garza tiene otro sueño: “Quiero dar boxeo en Talleres. Soy Matador, fanático. Cómo festejé el ascenso no sabés. Pero me encantaría dar boxeo en el gimnasio del club. No me hace falta nada. Yo les voy a llevar todo listo y un equipo de trabajo. Les voy a presentar un proyecto, sería lo máximo”, cerró la Garza Funes.