El sitio web "OTRO PUNTO digital" publicó la nota de Bruno Aricó a Adrián Sasso que reproducimos a continuación (Foto del mismo medio).
En el gimnasio de boxeo del Centro 11, Adrián “Junior” Sasso encontró mucho más que un ring: allí creció de la mano de su padre, aprendió respeto y disciplina, y hoy devuelve lo recibido formando a otros. Tras su primera consagración internacional en Venezuela, el boxeador riocuartense repasa el sacrificio que lo llevó hasta acá y el sueño intacto de ser campeón mundial.
La lluvia caía sin descanso sobre el “Imperio” en un mediodía frío de martes. Dentro del renovado gimnasio de boxeo del Centro 11, uno de los últimos del predio, el bullicio se había apagado: la clase había terminado y los guantes descansaban en una esquina, todavía húmedos de esfuerzo. Adrián “Junior” Sasso esperaba tranquilo, como si el lugar no le perteneciera solo por ser el campeón sudamericano, sino porque lo siente suyo desde siempre. “Esto es prácticamente mi casa”, diría más tarde, con la naturalidad de quien sabe que allí se forjó, entre el eco de los golpes y las voces que lo vieron crecer.
El pasado 2 de agosto, Sasso se sacó una espina que tenía clavada desde hace mucho tiempo: La de su primera pelea fuera de Argentina. En Caracas, capital de Venezuela, el riocuartense derrotó por nocaut técnico en el quinto round al local Domicio “Ironman” Rondón para volver a colocarse el cinturón sudamericano de categoría súper welter. De esta manera, además de conquistar nuevamente el título continental, demostró que podía estar a la altura de un combate internacional.
EL GIMNADIO, MÁS QUE UN RING
El boxeo se entrena con guantes, pero también con paciencia, respeto y disciplina. Para Sasso, el gimnasio es mucho más que el lugar donde perfecciona su pegada: es un espacio de formación personal y un refugio que no abandona ni siquiera cuando las obligaciones lo apuran.
“Hay veces que yo en este horario, a las 12, ya me tengo que ir a mi casa, y tal vez me voy 12:10, 12:15, porque me cuesta irme”, cuenta, con una sonrisa que mezcla cansancio y apego. Y enseguida enumera todo lo que ese espacio le devolvió: “Me ha dado la persona que hoy soy, me ha enseñado lo que es el respeto, lo que es la disciplina, me ha enseñado a enseñarle a la gente qué es este deporte”.
El reconocimiento social que hoy recibe —los saludos en la calle, las fotos, los consejos que le piden— también lo conecta con su rol de padre: “Eso para mí es un orgullo, porque si bien es un orgullo personal, también que mi hijo me vea como algo bueno, es muy importante, sobre todo para la educación de los niños. La verdad que a mí me hace muy feliz”.
SER CAMPEÓN, SER PROFESOR, SER ALUMNO, SER HIJO
Sasso no solo se sube al ring con los cinturones en juego: también acompaña día a día a decenas de alumnos que lo siguen en el Centro 11. Allí, en las clases numerosas, lo reconocen más como profesor que como campeón. “El gimnasio termina explotándose de gente. Ayer, por ejemplo, en el turno de las 19:00, eran más de 40 personas. Ahí es difícil estar con todos, y es muy normal que si un profe no te presta atención, dejes el gimnasio. Y así todo, ellos siguen viniendo igual, me acompañan, me siguen, me escuchan”.
Esa fidelidad lo conmueve. Y a la vez refuerza su compromiso: “Para mí es fundamental que ellos sigan viniendo, que vean que el deporte es salud. Ese es el mensaje que intentamos volcarles. Y por ahí ellos, solamente porque soy yo, vienen… y no saben que, en realidad, están haciendo algo sumamente importante para su salud”.
Es inevitable eludir a una persona clave para la vida deportiva de “Junior”. La figura de Marcelo Sasso, su padre y entrenador, quien le transmitió una férrea pasión por los guantes y lo llevó de la mano al gimnasio por primera vez cuando tenía tan solo cinco años. En una esquina del gimnasio, mientras su hijo habla frente al grabador, Marcelo continúa con sus tareas diarias: entrenar a otros boxeadores, organizar los elementos, limpiar el lugar.
“Mi viejo fue el que me contagió de esto. Lo miraba cómo enseñaba a los chicos, él me enseñó a mí, me ponía al frente de una clase cuando recién tenía siete años. Así que él fue mi gran inventor”, recuerda “Junior”. Ese ejemplo no solo estuvo en el boxeo. También le dejó una enseñanza de vida que lo acompaña hasta hoy: “Lo importante que me ha enseñado es ser servidor para la gente. Uno tiene que nacer para servir y para ayudar al otro. Yo creo que esa fue la clave que él me enseñó y que le agradezco muchísimo. El respeto, el enseñar y ayudar al otro es fundamental”.
EL SACRIFICIO DETRÁS DE CADA PELEA
La pelea en Venezuela, su primera experiencia internacional y el título sudamericano, fueron un paso más en su carrera. Pero para Sasso, cada triunfo es apenas la punta visible de un sacrificio largo y silencioso. “Son premios que uno tiene por no salir de noche, por apartar amistades, por levantarse todos los días a las 6 de la mañana, por tomar como prioridad el entrenamiento antes que un cumpleaños de un hijo o de un familiar”, admite. “Son momentos feos en lo personal, pero cuando llegan resultados como este, uno siente que todo ese sacrificio valió la pena”.
El boxeo, dice el púgil, es un deporte individual que exige un manejo constante de emociones: “Tenés que manejar tus malos humores, hacer sparring cuando no tenés ganas, atender gente cuando querés estar solo. Hay que aprender a sonreír cuando no tenés ganas de sonreír, sobre todo en las últimas semanas de corte de peso, cuando te cambian los ánimos. Pero siempre intento manejarlo y bajar un cambio para dejar un buen mensaje”.
EL SUEÑO INTACTO
Venezuela fue un paso adelante, pero no el destino final. Sasso lo tiene claro: “Uno busca seguir creciendo en todo sentido. El sueño de todo boxeador es ser campeón mundial, y para eso es un trabajo muy duro, es una mochila muy pesada que hay que cargar. Este fue el primero, el segundo va a ser más difícil, y así sucesivamente. Hay que estar preparado”.
El calendario no siempre acompaña: la ansiedad de esperar meses entre pelea y pelea se vuelve un desafío. Sin embargo, “Junior” lo transforma en aprendizaje: “Si se tiene que dar cada seis meses, es porque en seis meses me tengo que preparar de la mejor forma. Si tiene que ser en dos meses, es porque estoy listo en esos dos meses. Me convenzo mentalmente de que siempre estoy entrenado, siempre preparado, y que voy a llegar bien sea en dos meses o en seis. El tiempo y el destino manejan esa ansiedad”.
Otro aspecto muy importante de la vida de Sasso no tiene que ver con el boxeo, pero sí con el deporte. El amor por su querido Boca Juniors, el cual lo lleva a viajar a Buenos Aires de vez en cuando para asistir a La Bombonera para ver al equipo de la Ribera. Ex jugador en su otro amor, Asociación Atlética Banda Norte, a Sasso le encanta el fútbol como también seguir otras disciplinas. Pero Boca es tan importante, que hasta lo hace dudar en una pregunta muy incómoda:
– ¿Qué preferís, la séptima Libertadores de Boca o ser campeón mundial?
– Uh, es muy duro. Boca me tira muchísimo. Obviamente que uno siempre va a apostar a su sueño, ser campeón mundial. Boca siento que está cada vez más lejos de la séptima, ojalá que se dé antes que me muera, eso tiene que ser fundamental. Pero si tengo que elegir sí o sí, ser campeón mundial un millón de veces.
En ese gimnasio que lo vio crecer y al que nunca deja de volver, Adrián Sasso sigue moldeando su historia. Allí donde aprendió respeto y disciplina, hoy enseña a otros a encontrar un camino. Y mientras la lluvia golpeaba el techo en un mediodía gris en Río Cuarto, “Junior” dejaba claro que su mayor victoria no es solo el cinturón que trajo de Venezuela, sino el legado que construye todos los días. Porque si el ring muestra al campeón, es en el gimnasio donde realmente se forja.
A continuación el enlace para leer la nota en su sitio original:
OTRO PUNTO: "DONDE SE FORJA EL CAMPEÓN"