El sitio web "TITULARES.AR" publicó la nota de José Ademan RODRÍGUEZ que reproducimos a continuación (Foto del mismo medio).
»Abre las piernas en tijeras (...), Es el último round, el público de pie! (...) Swing de izquierda, seguido de un cross de la misma mano, (...) Suena la campana... final, FINAL, FINAAAL, FINAAAAALLLL!!!!!»
Aún lo siento... Lo siento en el insomnio y resuena su voz en mi oído nostálgico. Así lo pienso, con el bamboleo del torso y la oscilación de su hombro derecho que se sacudía al compas del fragor de los combates; piel con piel, como un explorador del torrente popular de la calle Alvear.
Esas noches de boxeo en el Córdoba Sport Club, con su olor denso de maní tostado que se vendía en cucuruchos de papel de diario y el praliné que vendía "el ñato" Astrada en la puerta, de la que emanaba un rumor transformado en bufido, en chaparrón sonoro en forma de U gigantesca que envolvía todo el ámbito derramándose en la calle Alvear, rebotaba en la sinagoga, para dar la vuelta por la avenida Olmos. Era como el vermut, el preludio que pasada la media noche terminaba en el Bon-Q-Bon, o la Cuba de Oro, de acuerdo al bolsillo de los negros.
En medio de un espeso rumor, envuelto en la pálida luz de la penumbra llegaba Rubencito con su gabán azul, infaltable en las noches de invierno, en ese atrezo surge una voz: »Che, Torri, lo tení clavao en la e’palda a ese gabán!!». El sonríe encantado de que lo identifiquen, revisa los bordes de la mesa de los micrófonos, chequeando todo con minuciosidad; el ritual de siempre; observa, domina cada ángulo del rumoroso espacio del Córdoba Sport Club, cuando se apaga la luz ambiental, no hay un solo punto que no esté controlado, y así en centenares de combates.
Inolvidable también el presentador oficial de las veladas: "la mona" Liendo y "cara de teta" que no recuerdo su nombre; pero su cara era realmente de teta, el cordobés no le erra nunca a los apodos; hasta su boquita roja, era un pezón!
El arbitro más querido era "el perro" Ochuzzi y el "Topo Giggio".
...Y dentro del estadio, el sandwiche de milanesa le ganaba por nocaút al choripan. De cuando el tesorero, el gran amigo, Luis Luján, dejó bien parada a la institución: le vendió hasta las sillas.
Viernes de boxeo, biodiversidad de irredentos mamíferos, mundo de carcajadas, caja de resonancia, crisol de humoristas, teatro de revistas, conciliábulo de los mayestáticos »culiadazos» negros de Córdoba. Y me brota el recuerdo de »Garganta Profunda» y su voz tronante y tonante, el macho alfa de las cuerdas vocales. Como un pedo machazo. De esos que se anuncian como »Rrrramón!», como ocurre con los pedos de locro. Pues en una de esas noches, en una pelea, transcurridos los primeros rounds, aburridos, de esos »de observación» como se dice, el vozarrón agazapado brotó de pronto en medio del silencio:
-»Quiero ver saaaangre!!!»
Varios se dieron la vuelta con una sonrisa.
Al siguiente round, aumentó el volúmen, ya con tono desgarrador: »QUIERO VER SANGRE!», dijo con voz de tenor.
Hasta que de repente surgió una vocecita, fina, tímida, atiplada... que casí en un susurro deslizó¨: »Poné el ocote!»
Risa general... Y derrota total de "Garganta Profunda", que hizo mutis para lo que resto de su vida. Quedando reducido al anonimato más oprobioso. Aquella noche se acabó el Pavarotti cordobés.
Apelaban a códigos de impúdico surrealismo, tanto se ponían de acuerdo para la rechifla condenatoria o para arrojar monedas al unísono contra la platea, cebándose en los pelados, cual verdaderos discóbolos del níquel, era lo ordinario llevado al Olimpo de lo Cordobés. O tal vez se trataba de un ceremonial con su A.D.N. comechingón o sanavirón, o de Negrazón y Chaveta. Pero también capaces de lo ingenioso y más delicado ritual. Una noche hubo niebla de condones. Todo el ámbito se inundó de globitos que comenzarón a rondar por la cabeza del entonces gobernador de Córdoba, Arturo Zanichelli. Este se hacía el boludo ante uno que se le arrimaba a la cabeza; y fue un reclamo unánime: »Que lo sople! Que lo sople! Que lo sople!!!». Cuando por fin lo alejó con un hálito elegante, recibió la ovación más emocionante que podía recibir un gobernador. ¡El pueblo estaba con él!
Una vez, en plena transmisión, a Torri se le desparramaron las tandas publicitarias que desbordaban la pequeña mesa; Rubén se agachó para recogerlas debajo del ring. Él seguía con el relato imaginariamente; un negro que estaba al tanto, le dijó : »Che Torri, mirála por lo meno’!!» Lujo que podía permitirse solo un ‘’chino’’ Torri.
Es que era un enamorado de los boxeadores. Un día me dijo: »Quiero mucho a los boxeadores, porque sé lo que sufren».
Muchas veces les compraba de su bolsillos, medicamentos, vitaminas, lo que haga falta. Me sorprendió una vez con una frase: »Sabés José, que con las tristezas de la gente pobre nacen las alegrías de la vida?»
En cierta oportunidad, se realizó un campeonato amateur de los barrios por Canal 8 y lo que tenía que recibir por sus ingresos publicitarios, lo repartió entre los boxeadores. Ese cariño era auténtico, pues tuvo propaladora que transmitía esos campeonatos de barrio.
Solía recordar esas frases de Oscar Bonavena:
-‘’La experiencia es un peine que te da la vida cuando te quedas pelado’’.
-‘’La soledad viene cuando te quitan el banquito para salir a combatir’’
O esta otra cuando fue a pelear con Cassius Clay. Un periodista le preguntó sobre lo brutal del boxeo como deporte y Bonavena le contestó: ‘’La vida es brutal. La piña que me dio cuando me quitó a mi viejo, eso sí que fue brutal!’’
Del mismo modo, a Torri le molestaba "la Mole" Moli, a quien consideraba un maleducado que rebajaba la dignidad de los boxeadores.
Yo también mantuve grandes relaciones de amistad con algunos boxeadores. Como por ejemplo, con José ‘’Pepe’’ Casas y Julio Melone que anduvo visitándome por Barcelona de paso para Italia donde iba a pelear. Y con el tipo más valiente que vi en un ring, el uruguayo Guillermo ‘’Pichón’’Lopez. Y por supuesto mi amigo del alma, el Zurdo Rivadero.
El “Chino” Torri! Ese gran intuitivo, que abarajaba las piñas en el aire para mandarlas al éter por LV3, y se difuminaran por los lugares más recónditos de la Córdoba profunda.
Nadie captaba como él las vibraciones de los barrios, la pulsión de la gente.
Corría el año 1964, yo acababa de ganar el concurso en LV3 que me permitió entrar a la radio. Lo gané sin merecerlo, porque el exámen escrito lo copié todo, y como se que el hombre en si no es bueno ni generoso, para dar, en aquel instante, confié en la capacidad del que me daba la espalda, pero yo sabía que ganaría igual (el hambre impulsa el talento) improvisando en el oral, lo hacía desde niño... Me computé para hablar sin parar durante 20 minutos. “Hágala simple, Ademan”, me recomendaban los capos. ¡Simple! ¡Como si fuera fácil! Simple era Discépolo, que con dos versos pintó un siglo (de hecho, toda la historia del hombre) en el tango Cambalache.
Fue el año en que Don Salomon Melnick »el tábano», me puso al lado de Rubén para ocupar el lugar de comentarista, reemplazando a Alfredo Díaz.
Y he de recordar que junto al Gordo Díaz, transmitió por LV3 la pelea por el título mundial entre Eder Jofre »Jofriño»» y Johnny Caldwell desde San Paulo. Y también para LV2, desde Montevideo, por el título sudamericano entre Jaime Giné y Eulogio Caballero.
Siempre me atrajo el boxeo. De niño, se me encrespaba la sangre, pero de alegría, cuando luego de la desbandada de purretes al terminar la jornada escolar había pelea. Era habitual escuchar: «¡Hay pelea, hay pelea!». El que peleaba le decía al amigo que le hacía de «manager»: «Teneme los libros». Y se escupía la raya del rival marcada en la tierra para luego pisarla; ése era el desafío, el reto. Yo pegaba muy fuerte con la derecha; así los tiré: al Betulo, al Chicho Tenreyro, que luego fue wing izquierdo de Estudiantes y nacional de Montevideo. A raíz de ese encuentro fue que su hermano, trompetista de la famosa jazz «Los Cuervos» y amante del boxeo, me llamó «Merentino», como aquel gran peso medio criollo apodado “Rompehuesos”. Otros de mi barrio, en cambio, me llamaban “Filo de sartén”, por lo rompehuevos. Y en el baño de la Escuela Terminal Manuel Belgrano, tumbé de culo a un chico de Holmberg llamado Escorza, pues yo le tenía manía por su pinta de nene mimado (siempre impecable), y porque era único recitando los versos de Héctor Gagliardi. ¡Con qué gusto los vería ahora para darles un abrazo! El que se salvó fue Chicharra Abella, que detenta el récord del ciclo más largo como intendente de Río Cuarto (del año 83 al 91), y el más corto periodo de tiempo entre verme a mí y rajarse para la casa, no sin antes amenazarme con Adrián Servín, que era el boxeador más prometedor del año 55. Años más tarde Servín encontró la muerte en el cuadrilátero, a manos de Enrique Jana en el Luna Park.
Quince años estuve con Rubén, haciendo Córdoba Sport Club y Luna Park de Buenos Aires. Los dos primeros años, viajábamos a Buenos Aires en ómnibus. ¡Doce horas le poníamos!
Y terminada la velada del Luna, ¡otras doce horas de vuelta! Se nos borraba la raya del culo. Años más tarde, cuando empezó el Nacional de fútbol, ya viajamos en tren el »Rayo de Sol», ya desparecido, que iba a Rosario y Buenos Aires, como el otro que iba al norte argentino, con estación en Alta Córdoba, el »Belgrano», o en avión.
Y qué fascinación el primer contacto con el Luna Park, nunca había visto el glamour de los habitués, artistas de la radio y del cine. El Bar Ringside. Codearme con Pedrito Quartucci (que como boxeador clasificó para los juegos Olímpicos de París 1924 y fue célebre protagonista en televisión de la Familia Falcón), Osvaldo Miranda, aquél de la nena; con Marilina Ross; Eduardo Lausse; Pinky. Con el famoso comisario Meneses terror de los delincuentes, pero al cual respetaban... O ver al famoso el clan Stivel en pleno, sentados en el suelo en una pelea de Locche, con el estadio lleno. La casa Corti y enfrente el restaurante Principe Napoli, donde se inventó la milanesa napolitana. Cosas históricas.
Ver a un bacán bajarse de un Mercedes y sacar diez ringsides para su troupe. Todo era como un sueño. El sueño de un negrito de Rio Cuarto que jamás hubiera pensado que se realizara...
Torri hacía el semi-fondo de la velada para Radio Rivadavia al borde del ring junto al comentarista Jaime Rodriguez. Yo lo esperaba en lo alto de una de las cabinas que daban a la calle Bouchard, como un puntito morocho, junto al locutor que era parte de la historia de Radio El Mundo, de Buenos Aires, Valentín Viloria. A las 23 horas llegaba a mi lado chuequeando (era más chueco que un abrazo), agotado por lo empinado de las escaleras.
A los 16 años debutó radialmente Carlitos Irusta; Actualmente es una de las opiniones más autorizadas del mundo del boxeo, despues de pasar por el Gráfico. Siendo casi un niño Irusta tenía que lidiar con gente del calibre de Ernesto Misrahi de la revista Goles, y a ese crack de los reportajes que fue Roberto Maidana. Una noche, Irusta me sorprende poniéndome al habla con el comentarista de boxeo más escuchado de Buenos Aires, Ulises Barrera. La voz del boxeo. De estirpe aristocrática, entre el gentleman y el dandy. Se trataba de mi alter-ego. Después de la presentación, protocolaria y de buena educación (‘’es un honor para mí’’… blablabla… ‘’Y un verdadero placer’’ blablabla) al grano con una pregunta: ‘’¿Le adjudica usted Ulises, una chance a Locche ante el temible Paul Fuji?’’. Hizo el silencio de costumbre... Y me dice: ‘’En qué cabeza cabe que el de Mendoza con sus puños de algodón pueda con la potencia de este fighter endemoniado (y blablabla) ¿Y a usted que le parece?’’. Y yo sin ningún recato ni humildad le respondí enfáticamente, convencido, con la irreverencia que me daba la audacia: ‘’Me parece que será al revés, Don Ulises. Va a ganar Locche. Y antes de los rounds estipulados’’.
‘’¿Con solo el estilo mendocino?’’ – me contestó sarcasticamente.
‘’No, Don Ulises’’ – ya me agrandé. ‘’Por suma de efectos de golpes, le va a pegar tanto que lo va a desfigurar’’.
Además con Tito Paz habíamos jugado guita a mano de Locche! Yo era fanático de Nicolino. Hasta fui de luna de miel al Luna Park cuando éste peleó con morocho Hernández. Mi idilio con Locche lo aprendí del mejor analista de boxeo, Ernesto Cherquis Bialo. A quien, junto a Dante Panzeri, lo ubico como lo mejor del periodismo deportivo argentino. Uno en boxeo, otro en fútbol.
En tanto yo, a instancia de Ruben Torri, iba ganando mi espacio. Y por órden de Lectoure, bajé a transmitir desde el borde del ring junto a lo más granado de los comentaristas de Buenos Aires.
Al poco tiempo, efectué una transmisión para Radio Rivadavia y LV3 de la pelea por el título argentino entre Carlos Aro y Omar Gottifredi, compartiendo los comentarios con Horacio Garcia Blanco. Me enorgullece recordar eso por doble motivo. Primero porque me escuchó desde la capital, el director de la revista ‘’K-O Mundial’’, Don Simón Bronemberg, quien luego de brindarme comentarios elogiosos, dijo que era un verdadera pena que no se me escuche en una radio de Buenos Aires. Y segundo, porque fui ladero de asiento en el vuelo de Córdoba a Mendoza, del ex presidente Arturo Frondizi que se la pasó leyendo todo el vuelo! Al final del trayecto, me atreví a preguntarle, qué le apetecía más de un periódico, y me contestó muy amablemente: “Yo me leo hasta las cuñas publicitarias y las necrológicas’’.
Otra sorpresa increíble que me brindó Rubén fue en una tarde calurosa de verano. Estaba yo haciendo una siesta cuando me tocan el timbre y se aparece Torri nada menos que con el maestro Fioravanti, que yo escuchaba desde mi niñez. Sí, el mismo que llenaba las horas de los domingos radiales. Fue increíble. No sabía si estaba aun soñando o aturdido. Me contó Torri que aprovechando que le brindaron un homenaje al maestro, decidió darle un paseo por las sierras. Al tomar por la ruta 20, a la altura de barrio Rosedal, le comentó ‘’¿Sabe quién vive por aquí Fiora? Ademan Rodriguez! Por favor, ¿puede usted hacer un alto en su casa para darle un abrazo?’’.Como no morirme contento con esos recuerdos.
Unos años después, cuando empezó LV3 con el fútbol, ya se incorporaría Tito Paz.
Una cualidad esencial de su relato por lo cual recibió en los ’70 un Martin Fierro al mejor relator de boxeo, fue la nomenclatura. Era un gran lector con insaciable sed de progreso intelectual, el abrevadero, la fuente de su versatilidad fue el libro de Don Angel Auzzani de Córdoba, con los secretos de la técnica pugilística y olía a sudor y linimento, con gran precisión literaria además. Por supuesto Norman Mailer con el combate de Cassius Clay en Kinshasa (Zaire) frente a George Foreman. Y claro, el relato del torito de Mataderos de Julio Cortazar. Y las películas, El Triunfador con Kirk Douglas, Requiem para un Campeón con Anthony Quinn, Toro Salvaje de Martin Scorsese con Robert De Niro en el papel de Jack La Motta, y una argentina, Su Última Pelea con Armando Bó.
A su lado, durante casi quince años, aprendí lo que no se puede aprender en toda una vida en cursos de comunicación o facultades de Ciencias (???!) de la Información. Es de reconocer que los que saben usar la parla justa vienen de la calle; animaron bailongos de barrio, presentadores de concursos de mises, recitadores escolares, han vendido en los ómnibus hojitas de afeitar …“para la barba del señor y las piernas de la patrona, que quedarán hechas una seda”..., peines y lapiceras que escriben en cinco idiomas y pintan todos los colores: “Su atención, por favor -al estilo sala de embarque. Soy padre de diez hijos, no tengo trabajo y no cobro paro. Apelo a la buena voluntad de todos ustedes con una pequeña ayudita. Para ustedes la última novedad del mercado… todo por un peso; y por el mismo precio se incluye esta finísima pulsera de oro para quedar bien con su suegra, y todo por un peso! Un miserable peso, parece mentira, compruébelo usted mismo”. Esa es la mejor universidad.
Años más tarde, en los ’80, nos vimos en Francia, primero en Grenoble y luego en Reims, para las dos peleas de "Falucho" Laciar.
En el Palacio de los Deportes de Grenoble, fui comentarista de José Luis Marchini que me rescató para el boxeo. La segunda, en la capital del champagne, esa sí, fue la última pelea al lado de Ruben Torri.
Una experiencia que lo marcó fue la muerte del director técnico de Talleres, Ruben Bravo, en una gira por Centroamérica. Como médico también viajaba mi amigo Hugo Kobilansky, muy querido en el ambiente del boxeo, imprescindible en el rincón de "Falucho" Laciar.
Ruben Bravo falleció de muerte súbita en el Hotel antes de un partido en Guatemala. Cuando hicieron el minuto de silencio arrancó a llover torrencialmente. Hasta el cielo se puso a llorar, recordaba Torri. Lo más raro, es que el diluvio paró justo al cumplirse el minuto de recuerdo.
Creo recordar que antes de darle a la sin huesos, para LV3, Radio Rivadavia, El Mundo, Belgrano y Splendid, Ruben fue tornero en la Fábrica Militar de Aviones (posteriormente en el I.A.M.E.) y relojero. También tuvo una propaladora que transmitía campeonatos de barrio. Le gustaba el ciclismo. Era amante de la pesca y sobre todo de la familia. Su gran satisfacción: los títulos de arquitecto, fisioterapeuta y maestra jardinera de sus hijos, Daniel, Claudia y Nilda. ¿Y Osvaldo? Un todo terreno de la vida...
El ‘’Chino’’ fue un gran improvisador, siempre sostuvo que el buen relator es el que relata una pelea imaginaria. Fue un autodidacta. Un cosechador de comentaristas: Horacio Besio, Enzo Ardigo, Mario Truco, Faustino Garcia, Cherquis Bialo, Sergio Albarran, Nestor De Angelillo, Victor Brisuela y quien les escribe.
Así lo pintó su último discípulo, Arturo Jaimez Lucchetta en lo que sería una oda al Maestro:
»Sigo amando a ese maestro generoso y sabio. Sigo escuchando sus enseñanzas todos los días. Sigo añorando cada café en el bar de enfrente de la radio. Las charlas interminables, sus puteadas tan oportunas, su erudición pugilística; su obsesión por lo perfecto; sus papeles; su letra ilegible; su grabador panasonic a cassette; su palmada en la espalda: »¡Matalos!» me decía; su fe en mí; su respeto a la Pirica; las citas infaltables a sus hijos; su prioridad por los postergados; su majestuosa memoria; su admiración a los estudiosos; su lustroso peinado con esa raya rigurosa a la izquierda; su bigotito fino; su afeitado pertinaz; sus retos temibles y su perdón amable; su humildad; sus goles únicos que hoy intento homenajear en cada relato. Rubén Torri inmortal. Gracias.»
Me contó Luccheta que soñó con Ruben. Que iban caminando juntos y que el ‘’chino’’ le tomó del hombro y le dijo: ‘’Esta fue la última transmisión petiso, me voy’’.
En este instante sonó el teléfono. Era su hijo mayor.
A continuación el link para leer la nota en su sitio original: Rubén «El Chino» Torri: No habrá ninguno igual